
Llevamos ya más de 20 años leyendo, profundizando, intentando entender cómo se gestionan las emociones en el ámbito empresarial. Sin embargo, hoy sabemos que para tener éxito, el bienestar no es una opción, tiene que estar integrado e influye directamente en el rendimiento.
Analicemos qué factores están implicados en esos dos ingredientes: el rendimiento y el bienestar. El cerebro determina nuestras decisiones
Las personas tenemos por lo menos dos yoes dentro de nosotros/as:
- Un yo que responde de forma reflexiva, clara y equilibrada, desde la corteza prefrontal del cerebro. Nos ayuda en la toma de decisiones acertada, avanzando en los proyectos que tenemos entre manos, de forma racional y en las relaciones de los miembros de los equipos para generar confianza.
- Otro yo que reacciona, desde la amígdala, de forma impulsiva, muchas veces de forma exagerada, a la defensiva. Nos impide a veces a conseguir el propósito que tenemos entre manos y daña las relaciones.
La amígdala es la encargada de coordinar las emociones. La corteza prefrontal regula las emociones y su influencia sobre el pensamiento y la memoria. A través de las emociones experimentamos sensaciones.
También sabemos que las emociones son efímeras (las provocan los acontecimientos), mientras que el estado de ánimo es estable. Por eso, la identidad pública se puede manipular para engañar durante un tiempo a las personas, pero el postureo en las emociones no funciona. Si miramos a los ojos a la persona, no se pueden disfrazar las emociones. El antídoto para poder equilibrar la parte más reactiva y poder dar respuestas, es sin duda la gestión emocional óptima.
Emociones y rendimiento en las empresas
Para mejorar el rendimiento y el bienestar en las empresas, es necesario que sepamos gestionar las emociones de los empleados.
Algunas sugerencias son:
- Dotar a los empleados de las herramientas necesarias para que aprendan a gestionar sus emociones. Lograr la estabilidad personal emocional es necesario. Nos ayuda y ayuda a los demás en su relación con nosotras y nosotros.
- Aprender a analizar nuestras emociones en grupo. ¿Qué aportamos a nuestro equipo de trabajo? ¿Qué emociones me producen los compañeros y compañeras? ¿Qué emociones les produzco yo a los demás? ¿Qué emociones me produce acudir al trabajo? ¿Qué emociones me suscita la empresa? Realizar un autoanálisis que nos permita tomar conciencia de la realidad que vivimos.
- Buscar un equilibrio interno y externo. Al equipo le puedo aportar ilusión, alegría, etc. Hay que ser conscientes de que una persona alegre no lo puede ser todo el tiempo. También se requiere, en algunas ocasiones, estar triste. No podemos abordar problemas profundos exclusivamente desde la felicidad o siendo graciosos.
- Conocer nuestro rol dentro del equipo y el de los demás. Nuestro papel no es cambiar a los demás. También es bueno que haya personas negativas o pesimistas en el grupo. Nos va a permitir adelantar argumentos en contra de nuestras ideas que luego van a suceder. Esto nos permite mejorar con antelación. No hay que arrinconar o dejar de lado a estas personas. Debemos dar la vuelta a la situación, aprovechando el valor de la crítica en la mejora del proyecto.
- El o la líder del equipo tiene que prestar atención a la diversidad emocional de los empleados. Hay que tomar conciencia de la individualidad y de la riqueza de las aportaciones tan diferentes, siendo el objetivo sacar lo mejor de cada persona.
- Si estamos enfadados, tenemos que aprender a canalizar esa emoción y tranquilizarnos antes de interactuar con los demás. Las emociones son contagiosas. Si estamos ilusionados, contagiaremos la ilusión a los demás.
Las emociones son como las estaciones del tiempo. Es necesario pasar por el invierno en las relaciones emocionales para poder disfrutar de la primavera emocional. Todas las emociones son útiles: la rabia modulada saca la dignidad de la persona, el miedo nos salva la vida y la tristeza nos ayuda a profundizar en las cosas.
Fuente: Prevención Integral