
El formaldehído es un gas incoloro, inflamable a temperatura ambiente. Tiene un olor penetrante característico y en niveles altos puede producir una sensación de ardor en los ojos, la nariz y los pulmones.
Es uno de los compuestos orgánicos más sencillos e importantes de la industria química, siendo utilizado en la producción de diversas sustancias, desde medicamentos hasta una gran cantidad de resinas poliméricas (por ejemplo la resina de melanina-formaldehído utilizada en la fabricación de tableros de aglomerado para fijar la capa externa de papel), pasando por la baquelita (plástico sintético con propiedades tales como ser aislante eléctrico, resistente al agua y a los solventes, siendo además moldeable en la producción y resistente una vez producido) y en otros muchos sectores y actividades diarias.
Pero el formaldehído no sólo es usado en ciertos ámbitos industriales, sino que es muy utilizado en el propio ámbito sanitario, especialmente en algunos servicios, entre los que cabe destacar los de anatomía patológica, entre otros, en los que se utiliza bajo una dilución acuosa conocida como “formol” o “formalina” dadas sus excelentes propiedades de fijación de tejidos.
El formaldehído se utiliza igualmente como conservante en la formulación de algunos cosméticos y productos de higiene personal como champús, cremas para baño y sales para la higiene íntima femenina. Su uso en la formulación de productos cosméticos utilizados en el sector de la peluquería y salones de belleza ha supuesto destacadas afectaciones a trabajadores.
Desde hace tiempo se conocen los efectos nocivos del formaldehído por lo que la IARC (International Agency for Research on Cancer) lo consideró en 2004 como un agente cancerígeno de categoría 1 (cancerígeno en humanos) tras lo que en 2014, a nivel de la Unión Europea, se reclasificó como agente cancerígeno de categoría 1B.